sábado, 4 de junio de 2016

El Papa a los sacerdotes en la Misa de su Jubileo: «Buscar, incluir y alegrarse. Nadie está excluido del corazón de Cristo»

Camino Católico) Francisco presidió la celebración de la Santa Misa en la Plaza de San Pedro con motivo del Jubileo de los Sacerdotes. Más de 6.000 presbíteros se dieron cita en el Vaticano para rezar con Francisco y escuchar sus palabras en las tres basílicas papales de Roma. Hoy se puso punto y final al acto con una multitudinaria Eucaristía.
«Ninguno está excluido del corazón de Cristo, de su oración y de su sonrisa. Con mirada amorosa y corazón de Padre, el Señor acoge, incluye, y, cuando debe corregir, siempre es para acercar; sin despreciar a nadie, sino que está dispuesto a ensuciarse las manos por todos».
En la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y Jornada de Santificación Sacerdotal, el Papa Francisco presidió la celebración de la Santa Misa en la Plaza de San Pedro con motivo del Jubileo de los Sacerdotes.
En su homilía el Santo Padre invitó a los sacerdotes a tener un corazón para «buscar», «incluir» y «alegrarse».

La celebración del Jubileo de los Sacerdotes en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús nos invita a llegar al corazón, es decir, a la interioridad, a las raíces más sólidas de la vida, al núcleo de los afectos, en una palabra, al centro de la persona. Y hoy nos fijamos en dos corazones: el del Buen Pastor y nuestro corazón de pastores.
El corazón del Buen Pastor no es sólo el corazón que tiene misericordia de nosotros, sino la misericordia misma. Ahí resplandece el amor del Padre; ahí me siento seguro de ser acogido y comprendido como soy; ahí, con todas mis limitaciones y mis pecados, saboreo la certeza de ser elegido y amado. Al mirar a ese corazón, renuevo el primer amor: el recuerdo de cuando el Señor tocó mi alma y me llamó a seguirlo, la alegría de haber echado las redes de la vida confiando en su palabra (cf. Lc 5,5).
El corazón del Buen Pastor nos dice que su amor no tiene límites, no se cansa y nunca se da por vencido. En él vemos su continua entrega sin algún confín; en él encontramos la fuente del amor dulce y fiel, que deja libre y nos hace libres; en él volvemos cada vez a descubrir que Jesús nos ama «hasta el extremo» (Jn 13,1) – no se detiene, sino hasta el final – sin imponerse nunca.
El corazón del Buen Pastor está inclinado hacia nosotros, «polarizado» especialmente en el que está lejano; allí apunta tenazmente la aguja de su brújula, allí revela la debilidad de un amor particular, porque desea llegar a todos y no perder a nadie.
Ante el Corazón de Jesús nace la pregunta fundamental de nuestra vida sacerdotal: ¿A dónde se orienta mi corazón? Pregunta que nosotros, los sacerdotes, debemos hacernos tantas veces, cada día, cada semana: ¿a dónde se orienta mi corazón? El ministerio está a menudo lleno de muchas iniciativas, que lo ponen ante diversos frentes: de la catequesis a la liturgia, de la caridad a los compromisos pastorales e incluso administrativos. En medio de tantas actividades, permanece la pregunta: ¿En dónde se fija mi corazón? Me viene a la memora aquella oración tan bella de la Liturgia: “Ubi vera sunt gaudia…”. ¿A dónde apunta, cuál es el tesoro que busca? Porque —dice Jesús— «donde estará tu tesoro, allí está tu corazón» (Mt 6,21). Hay debilidades en todos nosotros, también pecados. Pero vayamos a lo profundo, a la raíz: ¿Dónde está la raíz de nuestras debilidades, de nuestros pecados, es decir dónde está precisamente aquel “tesoro” que nos aleja del Señor?

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