sábado, 23 de abril de 2016

LA PALABRA DEL DOMINGO

DOMINGO QUINTO DE PASCUA. CICLO C.
Jun13,31-33a.34-35

  LA GLORIA DEL PADRE ES LA DEL HIJO Y ES LA NUESTRA.



 El texto del evangelio de este domingo nos recueda algo que no podemos olvidar porque es clave en el seguimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Nos lleva de la mano hasta el Jueves Santo, hasta el Cenáculo, donde, como todos sabemos, Jesús celebró la Última Cena y les dió y nos da, el mandamiento del amor. Hay alguien que no está, acaba de irse, que se ha excluido; no resiste, no se aguanta y no va a escuchar esta importante recomendación que Jesús hace. Eso no quiere decir  que Jesús no lo considerara como a los demás, que no lo sintiera digno de su amor y su atención. Está la libertad personal de por medio que nunca va a ser forzada ni manipulada por el Señor, siempre ha sido y será respetada hasta el extremo.
 La gloria del Hijo es cumplir la voluntad del Padre y el Padre responderá con largueza levantándole de entre los muertos cuando todos pensaban que ya se había dicho la última palabra en la cruz. Con la  muerte que proporcionan a Jesus los que la buscaban y la pedían, niegan a Dios y  su palabra. Pensaban  que daban gloria al Padre, pero no era así, se oponían a ella.
 En el Hijo y en todos aquellos que  escuchan su voz y le aceptan, sigue manifestándose la gloria del Padre y se hace patente cada vez que uno de nosotros no huímos, no nos escapamos de su encuentro, sino que le buscamos con corazón sicero y atendemos y  escuchamos y nos esforzamos por llevarla a acabo, a pesar de nuestra pobreza, de nuestra corta mirada, a pesar de nuestro pecado. Ese fué el error de Judas y de los que pidieron su muerte, el cual, habiendo sido llamado y habiendo respondido, no  tuvo fuerzas para reconocerse en el espejo de la Palabra.
 Es el contrapunto de Pedro que  se reconoció pecador  y busco perdón y consuelo en el amigo traicionado, saliendo renovado y  fortalecido de la prueba por el amor  al que se le invitaba y el perdón que se le ofrecía.
Por tanto, el santo y seña de Jesús es el amor a todos y así  nos dice que ha de ser entre nosotros. Esto no lo podemos olvidar, porque  aunque hayamos sido llamados, aunque hayamos respondido, aunque llevemos mucho tiempo siguiendole por los vericuetos de la vida, podemos caer en la tentación de  pensar que podemos estar en comunión con el Padre sin estarlo con el Hijo o estarlo con el Hijo sin estarlo con los demás, con los hermanos.



  No, ese no es el camino porque la gloria del Padre, del Hijo y de los hombres todos está en el amor sin barreras ni condiciones, en el amor que respeta y levanta, en la transparencia ante nuestra  verdad propia que ha de ser contrastada con la Palabra hecha carne  para nuestra salvación, por puro amor. No se trata de vivir  a Dios de forma libertina, sino de comprometer  nuestra libertad sometiéndola al yugo del Amor que es el que nos hace realmente libres y Dios, es Amor.
 ¡¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!!

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