sábado, 24 de octubre de 2015

San Juan de Dios, premio Princesa de Asturias, discurso del Rey Felipe VI

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El Premio de la Concordia concedido a la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios me recuerda las palabras que dediqué el año pasado en este escenario a todas las personas que, sobre todo en África, luchan con entrega, generosidad y profesionalidad contra la pobreza y las enfermedades, como el ébola. En particular, a tantos cooperantes, voluntarios y religiosos españoles que trabajan —que se entregan— por todo el mundo, para aliviar el sufrimiento de los más desfavorecidos. Unas palabras que quiero repetir ahora: todos ellos son, todos vosotros sois, un verdadero orgullo para España.
En esa tarea, la Orden Hospitalaria es ejemplar. Los Hospitalarios, que conocen muy de cerca el dolor humano, desempeñan una labor abnegada, pero inherente a su razón de ser, a su fe, a su sentido del deber. Por eso, además, su ejemplo, su ejemplo sublime de compasión y caridad, de generosidad y alegría, es una llamada de alerta constante para todos nosotros.
Cuando con su obra dan testimonio de vida verdadera, sabemos que sin su entrega, sin su misericordia, todos estaríamos un poco más solos, un poco más desprotegidos. Les damos las gracias desde el fondo de nuestros corazones por esa labor humilde y grande al mismo tiempo; se las damos por su amor, que nos permite oír —incluso en medio del griterío ensordecedor o de ese silencio, a menudo, por desgracia, cómplice y culpable— las voces de la gratitud y del consuelo.

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