sábado, 5 de septiembre de 2015

Daniel Almagro y Loli, matrimonio con 4 hijos que ha puesto en marcha Misión Emmanuel, una casa de acogida para 6 inmigrantes subsaharianos






4 de septiembre de 2015.-(Cristina Sánchez Aguilar / Alfa y Omega  / Camino Católico)Daniel Almagro es un laico misionero comboniano. Daniel y su mujer, Loli, tienen cuatro hijos. «Hasta hace poco cinco, porque tuvimos durante dos años un niño de Guinea Conakry con tuberculosis ósea, que ha vuelto a su país ya curado» cuenta Daniel. El matrimonio quiso responder a la llamada de varias asociaciones que buscaban soluciones para las decenas de jóvenes inmigrantes que deambulaban por Madrid. «La Providencia hizo que mi mujer y yo, decididos a ayudar a estos jóvenes –muchos de tan solo 20 años–, consiguiéramos que el Canal de Isabel II nos cediera una casa en Tres Cantos durante cinco años», explica Daniel. Es una casa pequeña, para seis personas como máximo, «pero económicamente no podíamos aspirar a más, así que en octubre la pusimos en marcha y bautizamos el proyecto con el nombre de Misión Emmanuel».
Era diciembre del año pasado. Cientos de inmigrantes, durante varios saltos masivos a la valla de Melilla, lograron acceder al territorio español. Algunos se quedaron en la ciudad fronteriza, malviviendo en la calle. Otros tenían la intención de atravesar España para vivir en países más prósperos, como Alemania. «Muchos llegaban en autobús hasta Madrid, y luego querían cruzar a Francia, pero esos días tuvo lugar el atentado yihadista a Charlie Hebdo y las fronteras se endurecieron, así que la mayoría se quedó en nuestro país», explica Pepa Torres, de la Red Interlavapiés –organización que trabaja con inmigrantes en el barrio madrileño de Lavapiés–. Ella se los encontraba dando tumbos por la calle. «Venían muy tocados, pidiéndonos ayuda, porque no tenían sitio para dormir en los albergues y estaban literalmente en la calle», recuerda. «Varias personas y asociaciones nos organizamos de manera informal para pensar qué hacer. Hablamos con Cáritas, con algunos centros del barrio que trabajan con africanos y convocamos a misioneros como los combonianos para buscar soluciones. Ahí fue cuando conocí a Daniel. Él y su mujer, Loli, se lanzaron a montar una casa de acogida para estos chicos. Y lo lograron».
Los nuevos miembros
La casa se puso en marcha en octubre. Los dos primeros subsaharianos que entraron tenían muchos problemas. «Nos los derivaron desde las comunidades católicas de la zona sur de Madrid que hay en Fuenlabrada, Orcasitas y Leganés. Uno de ellos acababa de perder el trabajo, no sabía leer ni escribir y estaba en una situación muy difícil», recuerda Daniel. El otro estaba muy enfermo, «con problemas cardiológicos severos, y sin acceso a al sistema sanitario», explica el enfermero. Así que él mismo se ocupa de atenderle.
Los otros cuatro que llegaron después son los más jóvenes. Son los chicos llenos de energía y esperanza que saltaron en diciembre la valla. «Tienen 20 años, no más, y no saben nada de español. Lo principal para mí, además de que se sientan queridos, es que aprendan el idioma y puedan regularizar su situación. Así que les damos clases de español y tenemos voluntarios que les ayudan con el tema jurídico». Hace unos quince días, por ejemplo, lograron empadronar a Marciel, uno de ellos. «Paso a paso vamos consiguiendo pequeños grandes retos», dice Daniel. Otras veces llegan problemas, como la retención de Hervé por la policía a finales de julio, pero «gracias a Dios, le tenemos de nuevo en casa. No paramos de mover ficha en comisaría y en los juzgados».
Los seis jóvenes que viven en la Misión Emmanuel «no están parados. Están trabajando duro cada día. Me gusta la filosofía del esfuerzo, y les exijo mucho», explica el cabeza de familia. Durante el día, cuando Daniel trabaja en el hospital como enfermero, hay al menos dos voluntarios que supervisan el trabajo de los chicos. «Están pendientes de que hagan las tareas que tienen asignadas, como la limpieza o la cocina. Además, en el patio de la casa, tenemos un huerto y todos están aprendiendo a trabajar la tierra con un ingeniero agrónomo que viene a darles formación». De hecho, ya han recogido las primeras zanahorias, patatas y pimientos.
Loli suele estar en la casa, ocupándose de la gestión y la organización de las tareas. Y a partir de las 19 horas llega Daniel, para estar con los chicos y apoyarles en lo que necesiten. «Hay días más duros, en los que la convivencia es complicada, pero lo superamos juntos, porque lo que más necesitan estos hermanos es escucha y atención. El otro día, tras conversar con mi amigo Marciel, que me hablaba de su desesperación por obtener una oportunidad en España, comprendí que yo era el alumno y que él me enseñaba a escuchar». Después de compartir estos ratos, recogen los bártulos y se van hasta San Agustín de Guadalix, donde viven con sus cuatro hijos. Los fines de semana se junta la familia en la casa de Tres Cantos para pasar divertidas veladas. «Muchos me dicen que abandono a mis hijos para atender a estos jóvenes, pero yo sé que les estoy dando la mejor educación», afirma Daniel.
Noches de oración
Además del trabajo duro en el huerto, y la formación con las clases de español, el pilar de sustento de la Misión es la oración que se hace a diario. «Aunque la mayoría de los chicos son musulmanes, nosotros somos cristianos, y hacemos con ellos una oración interreligiosa. El otro día, Musa, que es musulmán, se puso a hablar sobre el Evangelio».
Además, los jóvenes han montado un grupo de yembé, y desde hace poco, se están celebrando eventos de sensibilización sobre África. «Vino un sacerdote de la República Centroafricana y nos dio una charla sobre lo que está ocurriendo en el país. Queremos trabajar la sensibilización y la sociabilización con respecto al continente africano». Finalmente, como el bien se paga con el bien, los chicos hacen voluntariado en una casa que se llama Jesús caminante, en la que hay gente de la calle».
La casa está abierta desde octubre, y de momento no se ha marchado ninguno. «Tenemos pendientes de salida a dos, en cuanto encontremos trabajo para ellos», explica Daniel.
La misión no cuenta con muchas ayudas. De momento, el grueso del dinero llega de los sueldos de Daniel y Loli, y de pequeños eventos recaudatorios, como sorteos y actividades. Pero son muchas bocas que alimentar. Por eso, el matrimonio está buscando, en el poco tiempo que les queda, a alguien que quiera colaborar con el proyecto. Y voluntarios que estén dispuestos a ofrecer su tiempo.

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