jueves, 16 de enero de 2014

Grave humanismo

  • Gelman no hizo, en el fondo, otra cosa que mantenerse fiel a su voz, a su arraigo, al equilibrio en el filo de los límites del vivir.

La tendencia de una parte de la poesía última hacia lo plano, lo 'fotográfico', lo 'intelectual', había dejado atrás el eco de ciertos poetas grandes del humanismo y del desgarro. 




Estoy pensando, por aludir a unos pocos, en Sachs, Trakl, Celan, Vallejo o en los martirizados por el totalitarismo ruso, pero una poesía como la de Juan Gelman nos devolvía en nuestros días ese mismo humanismo desgarrado y grave. Primero, porque viniendo él del desarraigo que llevaba consigo el ser hijo de emigrantes, le asaltaron de nuevo los terrores propios del siglo XX, como los enfrentamientos sociales, la muerte de los seres queridos, el exilio.
Pero él no hizo, en el fondo, otra cosa que mantenerse fiel a su voz, que buscó en determinadas lecturas, algunas de los clásicos, a su arraigo, al equilibrio en el filo de los límites del vivir. Ya desde su primer libro, 'Violín y otras cuestiones' (1956) hay señales de ese humanismo empapado a veces de una clara espiritualidad, que se revela incluso desde los títulos de los poemas ('Oración', 'Epitafio', 'Velorio'). Mas fue, sobre todo, en un libro central, 'Comentarios' (1978-1979) -después de los padecimientos familiares y sociales, en unos días itinerantes por los países de Europa- cuando Gelman se enfrenta a determinadas lecturas (San Pablo, Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Hadewijch), y da con su segunda voz, con los signos, los símbolos, los faros que va a iluminar ese 'mezzo del cammin' de la vida deshecha y fugitiva, su «noche oscura».
En todo momento, a lo largo de sus libros, Gelman se sabrá encauzado en el decir claro, fuerte y recio de sus versos, aunque más allá de estas tonalidades concretas hablarán en su poesía otras que son las que sanan y salvan, las que atenúan el terror de la historia y de las ideologías: la ternura, la emoción, la piedad.
Fui un temprano seguidor de la poesía de Gelman y me reafirmé en ella con los libros que editó Visor (aquí sobre todo 'Anunciaciones', 1988), pero sólo encontré físicamente a este poeta en dos ocasiones: en Salamanca (cuando intercambiamos nuestros libros en un hotel que significativamente se llama Abba) y en Guadalajara (México) cuando coordiné en la Feria del Libro una mesa redonda de algunos de los Premios Cervantes.
En esta ocasión, Gelman mostró interés en que a nuestra lengua española la reconociéramos como castellana. Pero no hace muchas semanas que él deseaba para nuestra lengua otro calificativo, acorde quizá con sus raíces argentinas: el lunfardo.
Pesaba mucho en él, desde México, su infancia, su pasado en Argentina, frente a ese término ('español') que quizá le remitía a lo ideológico. Pero nosotros volvíamos siempre a sus versos y éstos, a su vez, nos remitían al territorio del grave humanismo: a la ternura, a la emoción, a la piedad, a lo que sana y salva del terror, de la persecución, de las ideologías: 'Dolor de vos que no es como otros dueles/ mostrado a padecer grandes dolores/ sentado a tu sombrita me padezco (...) pena de vos como alma deleitosa'.

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