domingo, 15 de diciembre de 2013


DE CÓMO PASÁBAMOS LOS DÍAS SIN CLASE LOS NIÑOS DE OTRA ÉPOCA.
Por Mary Almenara.
En los últimos días se ha sufrido en nuestras islas  fuertes lluvias y vientos huracanados.
Por tal motivo, las autoridades competentes, han puesto en marcha las alertas y las recomendaciones de que los estudiantes no deban acudir a las aulas.
Fue al escuchar esta noticia, cuando me vino a la memoria aquellos tiempos de mi infancia, cuando no se si por advertencia estatal o porque así lo consideraba mi madre, nombraba el día de alerta máxima.

Como a cualquier niño, no a todos por suerte, lo de ir al colegio no era lo que más me atraía precisamente, por el contrario deseaba ponerme enferma, aunque fuera con un poco de tos majadera, o que aquel día amaneciera lloviendo para que mi madre dijera “hoy no vas al colegio que te pones mala”  Sus palabras me sonaba a campanas de fiesta y me llenaban de alegría infinita.
Lo primero que hacia era ponerme cómoda, zapatos y vestido de estar en casa, que para eso eran muy miradas las madres de antes, lo de salir para los domingos y en casa la ropa más viejita. En el patio de casa, preparaba todos los trastos que iba recopilando para mis juegos en solitario, desde una caja de zapatos que, lo mismo hacia de cuna para la muñeca que de mesa de escritorio, o de sombrero para ir a la fiesta de la imaginaria  vecina de al lado.
Cuando aquella caja de zapatos pasaba a ser una mesa de trabajo, aparte de los lápices y los pocos bolígrafos de los que disponíamos en esa época, mi (oficina) disponía de teléfono y además inalámbrico. Para ello me venía que ni pintado, la mitad de una diadema de carey que yo guardaba como oro en paño, junto a otros tantos trastos que atesoraba en una caja de madera del coñac tres cepas, que no sé de donde trajo mi padre a casa. Con aquel teléfono, un papel baso de la tienda de al lado, y un bolígrafo me veía tan importante que no paraba de dar ordenes a diestro y siniestro.
Recuerdo con cariño los juegos con las amigas,  los días en que nuestras madres nos dejaban jugar en la calle. Ahí la imaginación no tenía límites y, lo mismo éramos; madres que maestras o imitábamos a aquellas compañeras de clase que no nos caían demasiado bien. La que más con la que menos se peleaba por ser la madre, pues ya es sabido que no estando el padre era la mujer la que llevaba los pantalones en casa e imponía su ley y respeto.
Teníamos la tienda, donde las hierbas del camino eran las verduras para el potaje, los trozos de macetas, platos y escudillas eran nuestra mejor vajilla, donde hacíamos que nuestra “hija” comiera las verduras que la iban a hacer crecer y hacerse mujeres.
A colación de esto, me  comentaba una amiga que ella se pirraba por ser la madre y, a las sufridas amigas que se convertían en sus hijas, le preparaba una potajeta de gofio y agua que las pobres tenían que comer si o si. Seguro que ninguna murió en el intento y hoy lo recordarán como una anécdota más de la niñez.
También jugábamos al teje, la piedra al alto, el que se coge se queda, piola etc.
Los niños teníamos imaginación para crear nuestros propios juguetes; muñecas, cocinillas, casitas. Esto en cuanto al género femenino, los niños por su parte, se fabricaban sus coches de verguillas, las tiraderas y todo lo que su imaginación y mañas les permitían.
A nuestros niños les ha tocado vivir otra época; tal vez mejor, más avanzada y más tecnológica pero no se les da la oportunidad de ser creativos, pues todo o casi todo se les da hecho. Sus juegos están dentro de un móvil, o en un mando a distancia desde donde manejan; coches, aviones y aprenden a que hay que matar para sobrevivir.
Como digo siempre ésta es mi opinión particular.

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