sábado, 1 de junio de 2013

AQUELLOS ANTIGUOS OFICIOS.
 Por María Sánchez.
La situación de paro y, en consecuencia la baja economía que estamos viviendo, lleva a que las personas busquen diversas maneras para  llevar el pan a su casa. Pues, nos guste o no, hay que comer tres veces al día, los 365 días del año y, uno más, si es bisiesto.




Es cierto que unos lo hacen por la vía rápida y 
 otros


prefieren hacerlo de manera más honrosa. De los primeros que se encargue la justicia, ¿? Y que de ellos me libre Dios. Es a los segundos a los que pretendo dirigir mi artículo de hoy con todo respeto y admiración.
 La mayoría de la gente que vivía de la agricultura, labraban la tierra, plantaban las papas, el millo y todo aquello que la madre tierra recogía, con los brazos abiertos, para luego devolverlos al labrador en forma del suculento alimento, se vio deslumbrada por el dinero ganado con menos trabajo y a salvo de las inclemencias del tiempo.
Unos tiraron por la construcción; se colocaron el casco, el mono y las botas para, al principio por medio de poleas y luego mecánicamente, subir los bloques y el cemento con los que se fabricaron edificios como quien hace churros. Cuantos más se hacían, más se ganaba, hasta que el gran globo, como hecho de chicle, estalló en la cara de miles de obreros y empresarios que se vieron, de la noche a la mañana, sin tener un triste ladrillo que colocar y haciendo cola a las puertas del INEM.
 Otros optaron por la hostelería y, sin haber cogido una bandeja de servir en sus manos, fueron colocándose en bares, restaurantes y hoteles de toda España.
Sin embargo ocurrió que la avaricia rompió el saco, o lo que es lo mismo, se mato a la gallina de los huevos de oro que trajo el boom del turismo y, aunque muchos digan lo contrario, no se les supo tratar como se merecían. Y no me refiero sólo a los que venían de fuera.
Los propios canarios fuimos menos preciados cuando pretendíamos alquilar un apartamento en el sur. Según los propietarios o arrendadores, no estábamos a la altura de tan “dignos aposentos”, y  fuimos mal acogidos en nuestra propia tierra.
Hoy, sólo por coger algún dinero, nos ponen alfombra roja para que entremos.
Si bien es verdad que el canario, cuando iba para el sur, se llevaba a toda la familia y en apartamentos habilitados para cuatro personas vivían ocho o diez. Les prometo que no exagero, hablo con conocimiento de causa.
 Todo esto ha llevado a muchas personas al paro y,  muchos de ellos a no tener nada para comer. Esta situación ha  hecho que aquellos viejos oficios salgan de nuevo a la calle. Sin ir más lejos hace unos días escuché una musiquilla que me recordó mi niñez. La oí con atención para definirla y, me quedé sorprendida al reconocer la melodía. Era aquella  con la que los afiladores de cuchillos y tijeras llamaban a las amas de casa.
Estas acudían hasta él,  llevando las tijeras y cuchillos, que eran afilados en una piedra de esmeril movida por la fuerza de las ruedas de la bicicleta.  Dejaba los cuchillos como para cortar el aire.
 Me llegó mi momento de nostalgia y,  vino a mi pensamiento, el señor que ponía los fondos a los carderos, o aquel otro que vendía los chochos. Su medio de transporte era un burro con dos cestas y el envoltorio eran hojas de ñamera. Imposible mayor ecología.
No tardaremos en ver al vendedor de helados con el carro tocando su trompetilla. Otro medio de transporte ecológico, no gasta gasolina y no crea polución. Tal vez algún valiente padre de familia o, madre porque no, se atreva a sacar las cabras por las calles y nos veamos saliendo a su encuentro, con la escudilla o la lechera, y así  volver a recuperar el sabor de la leche recién ordeñada.
 Lo peor es que todo es como un sueño del que despertaré, cuando sepa los impuestos que les obligarán a pagar a unos desesperados padres de familia, que ya no saben que hacer para llevar el pan a su casa.

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