sábado, 9 de febrero de 2013

CARNAVALES AYER Y HOY.


Por María Sánchez

Se dice que: “todo tiempo pasado fue mejor” y, aunque en ocasiones, esta frase no es del todo acertada no es menos cierto que en  momentos pasados, sí ocurrieron acontecimientos que, por una razón u otra marcaron nuestra vida o los recordamos con cariño y hasta con un pelín de nostalgia.



 Una de las tantas cosas, que en mi pensamiento guardo con cierta nostalgia, son los carnavales que se vivían en mí juventud en la Villa de Agüimes, o aquellos que se celebraban en nuestros pueblos y ciudades.

 Lo primero a destacar sería la vestimenta o disfraz que se usaba para salir a la calle. No se hacían grandes gastos, tampoco había mucho dinero para ello, pero que bien se pasaba con un pantalón viejo y una chaqueta raída. Como guantes unos calcetines y, como antifaz, un pañuelo al que se le abrían tres agujeros, dos para los ojos y uno para la boca, que lo mismo valía  para respirar que para hablar con cierta comodidad.

 La gente salía a la calle al grito de: “me conoces mascarita” acercándose a los vecinos para, con voz de falsete darles la tabarra, diciéndoles donde vivían y de qué lo conocían. El interlocutor se quedaba a cuadros hasta que el mascaron confesaba su identidad. La broma se cerraba con un apretado abrazo entre carcajadas.

 Otra de las cosas muy típicas de la época era llevar, colgado del brazo, un cesto de mimbre o caña. De esta guisa se tocaba en la casa de los vecinos y parientes, donde se le pedía un huevo o una tortilla de carnaval.

No había murgas, ni reinas y mucho menos drag queen. Éstos ni en sueños habían aparecido por los años de mis recuerdos. El divertimento, por excelencia era el baile de la sociedad o la frate.

 Las mujeres solteras debían ir acompañadas por su madre y, por el marido, las casadas. Al entrar era obligación destaparse la cara ante el portero para ser reconocido por éste. La finalidad era, por un lado, saber si eras mujer ya que éstas no pagaban. El otro motivo era saber, en caso de ser varón, cual sería tu comportamiento a la hora de tomarse unas copas. En los pueblos pequeños todos se conocen y saben si llevas bien lo de beber o, por el contrario, eres de los que te lías a tortas con todo quisque después de dos copas de ron.  (El reconocimiento se hacía en una habitación aparte para preservar tu identidad)

 Hoy el carnaval se ha convertido, a mi modesto entender, en un asunto donde tiene mucho que decir la política, más que la diversión y la camaradería. Las murgas, que siempre fueron un referente de la crítica simpática pero veraz, han dado un cambio que no siempre es tan bueno ni tan bonito como quieren hacernos ver.

Más que cantar desafinan y, oída una, oídas todas. Se empeñan en meter segundas y terceras voces cuyo resultado, es no poder entender lo que quieren decir.

 Recuerdo, no sin nostalgia, aquellas murgas que con sus letras nos hacían reír. Hoy, más parecen un juego de marionetas con tanto “manoteo,” que un grupo de personas dispuestas a cantar.

Como digo al principio, sí es cierto que en ocasiones, cualquier tiempo pasado fue mejor. Y, que por mucho que las murgas lo pregonen en sus canciones, el carnaval ha dejado de ser del pueblo para convertirse en un desfile de indumentarias, cada vez más caras y aparatosas.

Dejo claro que es mi modesta opinión que tal vez usted, estimado lector, no comparta conmigo. Tampoco pretendo seguir viviendo en los años cincuenta ni setenta pero, si pienso, que de aquel carnaval alegre y divertido queda muy poco o casi nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario