sábado, 8 de diciembre de 2012

SE ACERCA EL VEINTE Y OCHO DE DICIEMBRE Y LAS INOCENTADAS

Por María Sánchez   ( Una excusa para hablar de tiempos pasados)

Cuando pienso que nos quedan (dos telediarios) para terminar otro año se me ponen los pelos como escarpias.
Y, como bien dice el refrán “mal de muchos consuelos de brutos”, cosa que me alivia al saber que no soy la única a la que los días le han durado tan poco como agua en un cesto. Rememorando el estribillo de una antigua canción digo  “parece que fue ayer” cuando despedíamos al 2011 con la esperanza puesta en cada uno de los días y meses de este 2012 que pronto nos dice adiós.
Entre las tradiciones que nos traen estas fechas Navideñas tales como; montar el Belén, hacer el árbol, comprar los regalos etc. Una de las que más recuerdo y hecho en falta es las bromas que se gastaban entre vecinos y amigos el 28 de Diciembre día de los santos Inocentes. Más de un niño e incluso algún adulto cayeron en la broma de la moneda pegada en la acera. O aquella en que la moneda se ataba con un hilo muy fino del que se tiraba cuando íbamos a cogerla.
Cerca de mi casa tenía tres talleres de mecánica. Lógicamente en ellos se reunía gran cantidad de hombres que ese día, sobre todo en las horas de la mañana, se dedicaban a hacerse bromas unos a otros. Pero los que más “pagaban” la inocentada eran los principiantes. Más de un lector recordara que a los (galletones) que no querían ir al colegio se les colocaban de aprendices en los talleres. Sólo estaban para limpiar bujías y lavar tornillos con petróleo.
Estas pobres criaturas se pasaban la mañana de un taller a otro cargando con los objetos más pesados que los ya duchos en el asunto podían encontrar. Se les hacia llevar lo mismo un torno de gran tamaño que el mayor de los mazos que se encontrara en el taller.
Viene a mi memoria uno de estos días de inocentadas de la que fui victima por parte de mi padre y un vecino de la calle. Mi padre me mando a buscar el Tente aya a la casa del vecino, éste decía que lo estaba usando que él avisaba. Se haría muy largo y tedioso contarle la de veces que me pase cruzando la calle para al final llegar a mi casa con un paquete, eso sí, muy bien preparado donde venía un pesado ladrillo de color blanco.
Está de más contar las risas de mis padres y el vecino mientras esta pobre criatura lloraba a moco tendido por  haber sido utilizada para la inocentada de tan memorable día.
Rememoro, también, con cierta nostalgia aquellas bromas dadas con picardía que desde bien temprano dábamos a los amigos y compañeros de clases a los que después de verlos enfadados por el engaño le cantábamos “inocente, inocente que te lavas los dientes con agua caliente”. Lo mejor de todo era hacer la recopilación de las bromas que hicimos y las que nos habían hecho.
Hoy, que todo ha cambiado las bromas se dan por email, mensaje de móvil y como más moderno por el wasap que serán todo lo simpáticos que se quiera pero no me negarán que les falta el calor humano de los que se deban en mi época.
Aún hoy, que ya soy mayor, continúo pendiente de las inocentadas con las que nos sorprenden los medios de comunicación. Deseo continuar con estos recuerdos porque no quiero matar a la niña que llevo dentro.

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