jueves, 4 de octubre de 2012

SAN FRANCISCO DE ASIS, 4 DE OCTUBRE

"FRANCISCO,REPARA MI IGLESIA"
 No es difícil en los días que corren, encontrarse con personas que se dicen ser cristianos, seguidores de Jesús, que viven  dentro de la iglesia,  pero sin aceptar lo que ello significa. Aspiran a una iglesia perfecta según sus categorías y cuando no es así, la critican  y denostan sin piedad 
Eso si, celebran la Eucaristía y suelen llevan  el evangelio, que en mucha frecuencia han convertido en un panfleto social, como bandera  que justifica  su postura y sus actitudes y por ende sus palabras. Les gustaría que la iglesia fuera como ellos quieren  que sea sin parase a pensar que la iglesia  debe ser como  quiere Jesús y no como ellos quieren. 
Surgen críticas feroces a los obispos, a la conferencia episcopal y todo lo que suene a responsabilidad en su seno y todo desde el evangelio y desde una concepción  preestablecida que está en sus mentes. Intentan que prevalezca su idea de iglesia por encima de cualquier otra idea, enarbolando lo que Jesús quiere, según ellos, como  estandarte que justifica su postura.
Esto es tan  peligroso como el quedarse anclado en lo que existe sin querer caminar. Ambas posturas no tienen nada que ver con Jesús, pues no se trata  solo de romper o de conservar, se trata de aunar ambas actitudes, la de renovar y la de conservar, buscando ese difícil equilibrio entre lo uno y lo otro y el equilibrio se alcanza, creo yo,  desde la reflexión profunda, desde la oración compartida y desde la disponibilidad para poder saber que es lo que el Señor quiere y espera de cada uno de nosotros, de su iglesia.
 Es cuestión, en el fondo, de fidelidad a una llamada personal que está  avocada a compartir en todo momento y a no  imponer, a orar y buscar la fidelidad a Jesús y a despojarse de ideas propias por donde el pecado se cuela con facilidad.
 Ni la Iglesia es nuestra, ni el evangelio es nuestro, ni el Señor es nuestra propiedad como lo pueda ser el coche que conducimos o el juguete que el niño ha recibido de manos de sus padres. Es al revés, somos nosotros los que somos del Señor y por ende hemos de estar atentos a su palabra para poder servirle desde y en su  Iglesia. Es El quien nos llama y es El quien marca las pautas y los momentos y a nosotros nos toca, como buenos servidores, estar atentos a su palabra sin osar pretender que nuestras  reflexiones, por muy  profundas que sean,  prevalezcan mas allá y por encima de la palabra y deseo del Señor.
 Nada de aquello que nos aparte de los demás y rompa con la comunión o hiera la fe de los demás, es propio del Señor. Así lo vivió Francisco de Asís,  el que un día fue llamado en la ermita de San Damian, para restaurar  la Iglesia: "Francisco, repara  mi Iglesia", se le dijo y el se puso manos a la obra, empezando por sí mismo, sin criticar, ni ofender, ni ridiculizar a nada ni a nadie, antes bien,  amándo profundamente y siendo fiel hasta el último instante de su evangélica vida.     


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